Planeando viajes

Desde que tengo trabajo (gracias, Dios mío), puedo darme el gusto de viajar a alguna parte de vez en cuando. Ahorrar un año, viajar el siguiente. El primer viaje que hice fue a Escocia, porque ¿cómo no iba a ir apenas pudiera al único lugar en el mundo con el que soñé por años? Yo quería ver verde de verdad, escuchar ese acento maravilloso en vivo y en directo, y respirar aire escocés. Y lo conseguí. Fue en el 2009 y salió con chiripazo porque ahí conocí a Neil Gaiman.


Ahora estoy planeando otro viaje, con familia (hermano y mamá), pero ¿dónde ir? Ella dice que con nosotros va donde sea, pero yo sé que tiene debilidad por ciertas culturas, ciertos países y en eso me he llevado cada rato libre que tengo: investigando, revisando Internet, viendo dónde se puede hacer un tour entretenido para los tres sin tener que quedar en la quiebra en el camino tampoco.

No me gusta planear viajes, lo confieso. Sí, ver fotos en internet de lugares a los que podría ir es entretenido, es lindo, me da ganas. Pero a veces me quita las ganas de ir porque como ya vi tanta foto en línea, termino preguntándome ¿para qué voy? Arma de doble filo. Ahora tengo que pensar en mi hermano y mi mamá, no sólo en lo que me gusta a mi así que más complicado aún.

Además que odio volar. Odio los aviones. Lo paso pésimo desde que llego al aeropuerto hasta que me bajo en el otro aeropuerto. No nací para no tener los pies en la tierra. ODIO VOLAR. Admiro con una envidia violenta a quienes pueden dormir el viaje completo, ver películas, comer, tomar, etc. Yo no puedo. Soy un manojo de nervios que se pasa películas todo el camino y cuando haces eso por 13 horas es agotador. Odio volar.

El último viaje que hice, en febrero, fue cerquita: a Brasil. Lo único que tuve que hacer fue ir a comprar el pasaje porque una de las amigas con las que iba hizo todo: tomar el tour, elegir hotel, ver dónde podíamos ir a pasear, etc. Nunca antes me había pasado y lo disfruté montones. Claro, no descansé como quería pero lo pasé increíble y -al final- fue una excelente experiencia.

¿Cómo lo hacen ustedes? ¿Les gusta planificar viajes? ¿Usan harto Internet para ver dónde ir, ya sea en Chile o afuera? ¿Dónde les gustaría ir?

Lo que quería ser cuando grande

Desde que tengo memoria, siempre quise ser actriz. Siempre. Hacía escándalo en la casa, me tiraba al suelo, cantaba, hacía como que me desmayaba, inventaba cuentos en los que siempre era la protagonista (obvio) y todo terminaba feliz.

Dicen las malas lenguas (familiares) que no siempre fue así porque solía pasearme por la casa de mis abuelos, micrófono en mano, entrevistando a los peluches, al perro y la familia, hablándole a una cámara invisible gracias a mi alter ego periodista que se llamaba Carolina González (nunca he dicho que soy buena para los nombres). Por lo tanto, siempre quise ser periodista.

Lo que nunca cacharon en mi familia era que lo de la periodista era un acto, era de mentira, yo lo que de verdad quería hacer era… no ser yo! Ser otra persona por un rato, vivir cosas que como yo jamás haría y después volver a la seguridad del hogar a tomar leche con frutilla y ver tele. Ese era mi sueño.

Pero crash! Tengo pánico escénico. Así que hasta ahí no más llegó mi sueño de niñez, mi deseo de estar tras la gran cortina roja, mi «cuando grande quiero ser…» Lo intenté, juro que lo intenté, pero no pude. Fue más grande que yo y tuve que empezar a buscar alternativas al sueño, aterrizar de las nubes, porque si no lo hacía, la frustración y la depresión me iban a tomar el pelo y no me iban a dejar ir.

Así que estudié Periodismo. Ríanse, está bien. Me cargó. No trabajo de periodista y es por eso mismo, porque me cargó el ambiente, me cargó la chuecura del gremio, así que nunca ejercí. Entre todas las herramientas que adquirí desde niña, elegí una de ellas y con esas me las he arreglado. Claro, pasé por una etapa oscura y que es mejor no recordar, pero -aunque no fue para nada el sueño de niñez- me permite soñar con cosas alcanzables (viajar, comprarme libros y DVDs, darme gustos).

Por eso me gusta tanto ver películas. Por un momento, aunque duela, me pregunto si podría haber hecho yo ese personaje, me enojo cuando eligen a malos pero populares actores para hacer ciertos personajes porque yo exijo calidad, porque no pude estar ahí. Quizás hubiese sido pésima, pero mi sexto sentido me dice que no, que sí tenía dedos para el piano y aunque no es una frustración invalidante, porque de cierto modo elegí dejar el sueño atrás, siempre va a estar ahí, entretejido con los sueños–no, las aspiraciones que tengo ahora. Nunca es tarde y, oigan, de repente me pongo Gryffindor y hago cosas que nunca pensé hacer. Uno nunca sabe 🙂

¿Cómo les fue a ustedes? ¿Qué querían ser cuando crecieran? ¿Lo lograron?

Extrañando Chile

El sábado llegó mi hermano que vive en España. Viene por dos semanas y, aunque lo vamos a ver poco porque el chico es popular, igual es entretenido sentarse a conversar sobre lo que ha pasado por acá (aún no le contamos de Camiroaga, no sé si pueda), lo que se ha perdido, mientras disfrutamos de las cosas que él ha extrañado (principalmente, comida).

Eso me hizo pensar en las cosas que yo más he extrañado cuando me ha tocado viajar, que son distintas cuando sé que no voy a volver en meses (como cuando me fui de intercambio) a cuando estoy de vuelta en una semana o diez días.

Lo que más extraño, sin importar dónde esté, es mi almohada. La tengo hace más de veinte años y aunque siempre digo que duermo sin almohada, MI almohada está ya armada para mi cabeza y mi cuello y es con la única que no despierto toda chueca ni con dolor de espalda. Es un montón de algodón desarmado pero yo la amo, porque es mía y de nadie más.

Lo segundo, y nunca jamás por eso menos importante, es el pan. En otras partes hay panes ricos y me gusta probar panes distintos: croissants, bagels, english muffins, esa cuestión paliducha medio tortilla que comen los árabes, pero nada, absolutamente NADA se compara a nuestra marraqueta. Nada. Y todos los desayunos en hotel me lo recuerdan. Miro a los otros pasajeros y pienso «apuesto que encuentran todo esto delicioso, pero no tienen idea lo que no están comiendo». Y ahí me da como alegría maléfica porque yo en un par de días sí voy a comer marraqueta de nuevo. Wuaja.

Lo tercero es la cordillera. He ido a lugares con cerros, con montañas, pero nada se compara a ese pináculo nevado que es la Cordillera de los Andes. Me fascina poder mirar al horizonte y verla ahí, ayudándome a ubicar dónde cresta estoy. La necesito y la echo de menos cuando ando perdida en otra ciudad y ni sé pa donde está el Norte. Además de bonita, la cordillera es una herramienta para sobrevivir en la jungla chilena, como decía el libro aquél.

Mi hermano siempre habla de la comida. Que le mandemos Chocman porque allá no hay, que tiene unas ganas atroces de comer porotos con mazamorra (ayer comimos) o que el pollo en España sabe distinto y que el de acá es mucho mejor. Yo siempre le digo que todo lo que acá es mucho mejor, que se devuelva, jaja.

Pero igual me hace pensar en las muchas otras cosas enanas que debe echar de menos y las que no debe extrañar para nada, que ha reemplazado con otras cosas y con otras personas, e igual me da nostalgia por parte de él. Porque uno puede echar la foca que Chile aquí y la gente allá, pero cada vez que salgo -y he ido a lugares raros- aprecio más lo que tenemos y quiero puro volver a andar en el Transantiago! Ya, nunca tanto. Pero casi.