Películas: Dracula (1992)

Les iba a contar sobre las dos películas que vi el fin de semana (Misión Imposible 4 y Awakening) pero me gustaron tan poco que mejor les hablo de algo que sí me gusta y lo pasamos bien todos. ¿Si? Ya.

Así como con las listas de cosas que me gustan, les voy a mostrar semanalmente películas y series que son mis favoritas. La idea es que los post sean bonitos para que se entusiasmen y las vean (si no las conocen) y/o las comentemos si las han visto. Empiezo con Bram Stoker’s Dracula de Francis Ford Coppola.

Comienzo con esta película porque por años fue mi película favorita de la vida. Fue la primera película de verdad (para grandes) que vi, después de que mi mamá me rejurara que no era de miedo y que era bonita (ella la había visto en el cine, yo la vi en VHS). Me gustó tanto que creo que la vi unas cuatro veces antes de devolver el video al otro día. A ella le debo el amor que hoy le tengo a las películas.

La historia es conocidísima: Vlad Tepes se va a pelear a la guerra y en su ausencia, su novia -creyéndolo muerto en la batalla- se suicida. Como la Iglesia se niega a salvar su alma, Vlad se rebela contra elIa, jurando caminar por la eternidad tomando la sangre de los humanos. Pasan 200 años y Vlad encuentra en Londres a Mina Harker, una joven que es la imagen viva de su novia suicida, así que decide conquistarla.

Esa es la historia principal y el único hilo romántico de la película. Gary Oldman, irreconocible debajo de tanto maquillaje, logra dar con esa dualidad necesaria para interpretar a Vlad/Dracula, chupando cuchillos ensangrentados frente a la pantalla y asustando al joven prometido de la mujer a la que él quiere para sí; acariciando a un lobo y sonriendo como si fuera el soltero más codiciado del mundo en la escena siguiente.


Mina Harker se enamora de este hombre misterioso que la llena de regalos y la mira con ojos tristes, se enamora del príncipe que perdió a su amada y ahora viaja por el mundo solo; sin saber que en realidad es un asesino cruel y un muerto viviente. El eje romántico de esta versión fue criticado con fuerza, recuerdo, porque se supone que Drácula es un personaje vil, malévolo y sin un pelo de buen partido. Considerando cómo se ha desvirtuado el personaje (no voy a nombrar dónde), esta versión sigue siendo una de las adaptaciones más fieles a la fuente original.

Me gusta aún esta película por varias razones. La primera es el diseño de vestuario y la dirección artística. Imagínense a la pequeña Nat, sentada frente al televisor, viendo el vestido rojo que usa Mina Harker en su cita con el príncipe Vlad. Es que casi morí. Desde ese momento quise ser Winona Ryder para siempre, vestido incluido. Hasta este minuto, nunca había estado expuesta a tanta maravilla junta, tanta dedicación para recrear un período histórico, tanto detalle pensado una y otra vez para que todo encaje. Veo los vestidos, los trajes de los hombres, la armadura que al principio usa Vlad y me falta la respiración. Es todo, simplemente, precioso.

La segunda es la música. La banda sonora original de Dracula fue la primera banda sonora que compré y recuerdo que escuchaba el cassette *recoge el carnet* una y otra vez, con la luz apagada, y se me paraban los pelos pero nunca de miedo. Es una partitura fuerte, directa, que te llega al estómago y te provoca sensaciones cardíacas; mientras la escuchas puedes ver las escenas de la película, cuando van corriendo contra el sol en la escena final, por ejemplo. Después de tantos años y bandas sonoras, sigue siendo una de mis favoritas.

A pesar de que con el tiempo sí puedo admitir que las actuaciones no son de lo mejor (ya, el acento británico de Winona es horrible y mejor no comentemos de Keanu Reeves excepto para preguntar ¿a quién cresta se le ocurrió que haría de un buen Jonathan Harker? ¿O cualquier personaje hablante en la historia del cine? Uff), sigo pensando que los actores secundarios hacen que todas esas faltas se noten menos.

Anthony Hopkins interpreta a Van Helsing, el cazador de vampiros, pero es un Van Helsing viejo, cansado, al que todo le da lo mismo, grotesco incluso. Sus pocas escenas con Lucy y con Mina no alcanzan a suavizar a un hombre que se ha convertido en un ente igual de cruel que el hombre al que persigue.

Lucy (Sadie Frost) podría haber terminado como una caricatura del porte de un buque, pero por el contrario, se mueve como una muchacha que siempre ha tenido todo lo que quiere y que se transforma -con querer- en el juguete de Drácula. Es inocente y malévola, coqueta y monstruosa, colorada.

Los colores son los que me matan. Esos rojos de seda y de sangre, los verdes de los vestidos de Mina y el azul de los ojos de Vlad; el colorín pelo de Lucy y la canosa barba de Van Helsing; todo se extrapola gracias a los filtros y efectos que utiliza el director y que hacen que la historia parezca más viva a pesar de estar rodeada de tanta muerte.

Esta Drácula no es como las adaptaciones de Christopher Lee o Bela Lugosi. El Conde se quita la capa y aterriza en una época llena de adornos, llena de pretensiones, donde él es quien más pretende ser algo que no es y, sin embargo, termina enamorándose de verdad de una mujer que no es la suya, que puede parecerse pero nunca será su Elizabeta. Y la escena en que la pierde, cuando ella lo deja para ir a casarse con su Jonathan Harker y él le grita a los vientos, me rompe el corazón cada vez que la veo.

Reconozco que es más por cariño a todo lo que significa para mi la que mantiene a esta película en mis Top 5, reemplazada sólo por películas que veo a cada rato y que me hacen feliz y que gritaban por estar más arriba en el ránking. No puedo no mencionarla cuando hablo de mis películas favoritas. Es que, a pesar del tiempo y de tantos otros films vistos, sigo queriendo sus errores y sus exageraciones, pero por sobre todo, me sigue matando (en buena) su look y su sonido.