No.

Hoy quiero escribir sobre decir que no y el acoso. Perdón si sale muy denso este post.

Es «normal» que las mujeres tengan una historia de acoso. Yo pensé que me había salvado porque nunca tuve que lidiar con algo claro o que se sintiera real como acoso, hasta esta semana, en que tuve que enfrentar a la persona culpable de mi incomodidad.

Lo peor es que en ese momento me di cuenta que esto llevaba AÑOS pasando y siempre lo tomé yo a la ligera, no le di tanta importancia para no quedarme pegada en eso, preferí olvidar. Son micro agresiones que de a poco fueron gatillando más y más incomodidad en mi, de estar cerca de esta persona, hasta que después de un evento en el trabajo me dije «NO más» y dejé de mirarlo. Lo saludaba, si tenía que hablarle lo hacía pero dejé de mirarlo a la cara. Los primeros días hacía el ademán de saludarme de cerca pero como yo no lo miraba, no insistía; de a poco logré que se fuera alejando físicamente más y más.

Esta semana, en otro evento, se acercó a mi a decirme que me encontraba distinta y que si él había hecho algo, quizás de lo que no se había dado cuenta, que me hubiese incomodado. Aún sin mirarlo pero con toda la fuerza que pude concentrar sin nervios le dije que sí, que llevaba tiempo no escuchando cuando yo le decía que no se me acercara tanto o que no me tocara, que yo jamás le había dado ese tipo de confianza y que la última vez tuve que usar fuerza para que me soltara. Se lo dije todo.

Quizás en otro momento de mi vida no hubiese sido tan específica pero me sentí valiente y, la verdad, tenía rabia. Rabia de no ser escuchada (por él), de que no me respetara, de que se sintiera con permiso para bromear conmigo de esa manera cuando no lo hace con nadie más, sobre todo cuando yo nunca le he dado ni un centímetro de confianza, siempre le he dicho en voz alta «no me toques, por favor».

Después recordé que cuando recién nos conocimos, un día lluvioso me vio en la calle y empezó a caminar al lado mío, preguntándome para donde iba. Le dije que iba a pagar una cuenta (mentira) y que no era necesario que caminara conmigo, que yo prefería caminar sola, gracias. Me costó una cuadra entera convencerlo que cruzara la calle y me dejara en paz. El 18 pasado se despidió de mi con un beso cuneteado que si no es porque tengo buenos reflejos y alcancé a poner la mano y correr la cara, no sé en qué hubiese terminado. No sé cómo olvidé todo eso, estoy segura que se lo conté a más de alguien y se me borró por completo.

Años después, la relación siguió siendo cordial, hasta nos reíamos porque teníamos que hacer un proyecto juntos, pero nunca con cercanía física y si empezaba con preguntas personales yo rápidamente le contrapreguntaba para que dejara de fijarse en mí. No me estoy justificando, estoy diciendo que de verdad nunca le dí un mínimo de espacio para que se creyera con el poder de rozarme si quiera el codo.

Y este es mi punto, aunque estuviera con trago o sin, aunque fuese el simpático de la oficina o no, si yo no quiero que me toque, no me toca y punto. Sea de carácter sexual el contacto o no. Soy muy de decir en voz alta el «no me toque, por favor, gracias», porque quiero que quien me pueda escuchar en ese momento lo haga; no es por hacer escándalo, es apenas una frase, sino que para que haya testigo de que yo no estoy siendo partícipe de lo que ocurre. Una tomada de mano, un brazo sobre mi hombro, una palmada en la cabeza… no quiero nada de eso y te lo estoy haciendo saber. ¿Qué más quieres?

No sé si todo esto suena grave, en mi corazón no se siente grave, pero sí se siente real la idea de que no vuelva a hacerlo y por eso se lo dije claramente. No lo voy a acusar, pero tampoco quiero ser consciente de su existencia, mientras menos interacción, mejor para mi, para poder olvidar como antes lo hice. Por eso quise escribirlo acá, para dejarlo ir completamente. Gracias por leer.

Comenta