Salí de Santiago unos días.
Hace rato que tenía pendiente una visita a Antofagasta, en el Norte de Chile, porque mi amiga Maka vive allá. No sé si me invité yo o me invitó ella porque hace mucho que hablaba de ir y por cosas de agenda no lo había logrado. Hasta ahora.
Llegué al norte el jueves a mediodía, con CERO planes excepto pasar el tiempo con la Maka. Creo que iba tan concentrada en eso que hasta se me quedó la cámara fotográfica encima de la mesa del comedor y me acordé cuando iba llegando al aeropuerto, así que saqué algunas fotos con el celular pero no sentí que hacía falta más. No iba en plan turismo, no revisé ningún blog ni portal sobre qué cosas ver en ese lugar. Nunca había viajado así a ninguna parte y fue -la verdad- MUY RELAJANTE.
Levantarte a la hora que quieres, almorzar cuando tienes hambre, caminar hacia el lado que quieres sin horario, sin nada más que seguir hacia donde te lleva la conversación y conversamos MUCHO, volver a la casa a tomar tecito delicioso, comer muchas cosas ricas (en serio, muchos almuerzos exquisitos), y siempre con esa sensación de calma en el pecho de esta ansiosa diagnosticada, es un privilegio.
Llegué muy descansada a mi casa. Lo sentí en el cuerpo. A pesar que sigue dándome susto el avión y se movió un poco en el regreso a Santiago, a pesar del frío que hace que no te puedas relajar del todo, a pesar del sánguche express que me zampé al llegar porque tuve que salir altiro a ver el final de Game of Thrones, a pesar que hoy lunes tuve que trabajar igual aunque mañana sea feriado. Me siento descansada y eso es simplemente maravilloso.
Gracias, Maka, por recibirme en tu casa y en tu corazón. Gracias, Adrián, por darme tanto amor perruno. Gracias, gatos, por no rasguñarme, no sabía que me daba miedo la posibilidad. Gracias, Antofagasta, por no resfriarme con tus cambios de temperatura. Gracias a ustedes por leer. Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Natified 